INTI RAYMI


INTI RAYMI

Fiesta del sol y la cosecha

Símbolo de la gratitud de los pueblos andinos que ofrecen a la Paccha Mama (madre tierra), por la bondad de haber permitido una buena producción y cosecha de productos tradicionales, la gratitud se celebra con la presencia de música y danza, concentrándose más de un centenar de conjuntos autóctonos. Recoger esta vivencia milenaria, permite que nuestras raíces étnicas conserven todo su esplendor y colorido a través del canto y la alegría de los vientos que nacen de los verdes campos y los dorados trigales de este suelo.

Historia

En la época de los incas, esta ceremonia se realizaba en la plaza Huacaypata,  con la asistencia de la totalidad de la población de la urbe, tal vez unas cien mil personas.
En el solsticio de invierno sucede el día más corto y la noche más larga del año. Durante la época incaica, ese hecho revestía fundamental importancia, pues era el punto de partida del nuevo año, que se asociaba con los orígenes de la propia etnia  inca. Principal fiesta y a ella concurrían  los señores curacas con sus mayores galas e invenciones que podían haber. Por lo tanto, era también una festividad con alto contenido político porque legitimaba la sujeción de los pueblos sometidos al estado inca. Así, los representantes de los pueblos conquistados reiteraban su lealtad al emperador. La preparación de la festividad era estricta, pues en los previos «tres días no se comía sino un poco de maíz blanco, crudo, y unas pocas de yerbas y agua pura. En todo este tiempo no encendían fuego en toda la ciudad y se abstenían de dormir con sus mujeres». Para la ceremonia misma, las vírgenes del Sol preparaban panes de maíz.
Ese día, el soberano y sus parientes esperaban descalzos la salida del sol en la plaza. Puestos en cuclillas con los brazos abiertos y dando besos al aire, recibían al astro rey. Entonces el inca, con dos vasos de madera (el kero era de madera, no de oro, ellos asimilaron este vaso ceremonial de la cultura tiahuanaco), brindaba la chicha de jora: del vaso que mantenía en la mano izquierda bebían sus parientes; el de la derecha era derramado y vertido en un tinajón de oro.
Después todos iban al Coricancha  y adoraban al sol. Los curacas entregaban las ofrendas que habían traído de sus tierras y luego el cortejo volvía a la plaza, donde se realizaba el masivo sacrificio del ganado  ante el fuego nuevo que se encendía utilizando como espejo el brazalete de oro del sacerdote principal. La carne de los animales era repartida entre todos los presentes, así como una gran cantidad de chicha, con la que los festejos continuaban durante los siguientes días.
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